El mismo barrio en cuya frontera descarriló el metro más antiguo de la ciudad y mató a 43 personas, el mismo que recorre esa misma línea de metro cuyos pasos a nivel han segado ya muchas vidas más, ese mismo que lleva más de dos años peleando para que no le pongan una subestación eléctrica junto a sus casas... va y tenía razón: este martes ha explotado la polémica infraestructura.
Patraix es un barrio normal dentro de la ciudad: relativamente alejado del centro (todo lo lejos que las cosas están del centro en una ciudad como Valencia), repleto de gente normal, trabajadora. Aquí (digo aquí, porque nací por esas calles) no hay Palau de les Arts, ni brindan con champagne modelos a bordo de mega-yates. Tampoco hay estaciones de metro monumentales, como en otros puntos de la ciudad.
Aquí hay gente que trabaja durante toda la vida, muchos solares de antiguas factorías, pintadas de "OTAN no, bases fuera" a las que les falla la memoria de lo viejas que son. En este barrio hay estaciones de metro con paredes de azulejo barato, medio roto. Y no, por aquí tampoco pasa la Fórmula 1.
Tras años de pelea vecinal para que no colocaran en el corazón del barrio una subestación eléctrica, apoyados por el Síndic de Greuges (una suerte de Defensor del Pueblo autonómico), por múltiples informes y por la voluntad unánime de los que allí viven, el tiempo les ha dado la razón. Este martes explotaba la subestación, y los vecinos vuelven a la calle.
El Gobierno la autorizó y Rita Barberá sacó pecho por ello. Incluso dijeron que la estación era "inocua". Pero la colocan en un barrio obrero, lejos de la pompa de la Valencia faraónica, esa de las grandes infraestructuras, la deuda enorme en el Consell. Esa misma que olvida infraestructuras necesarias en zonas menos favorecidas de la ciudad, que degrada la Ciutat Vella, que mata el ocio nocturno en la ciudad, que condena a los inmigrantes a dormir bajo un puente o que prefiere gastar millones de euros en un altar para el Papa antes que en mover una estación eléctrica lejos de las casas, tal como pide la Justicia.
Esa es la Valencia de hoy: preciosa de cara al turista. Con francas carencias para el ciudadano. Y todo eso tiene un precio: además de en vidas humanas, en una deuda que Dios sabrá cuánto tiempo podrá mantenerse tapada. Eso sí, mientras Canal 9 siga rindiendo pleitesía a los intereses que toca, no pasa nada: ojos que no ven, corazón que no siente.
martes, mayo 15, 2007
La F1 no pasa por Patraix, ¿no?
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